A VUELTAS CON EL RODABALLO
Érase un viernes cualquiera -aunque no exactamente. Cruzamos, a eso de las ocho de la tarde, una escueta llamada telefónica: "¿Mañana? Bien, vale, adiós".
Las expectativas no contemplaban excesos destacables. Sería un fin de semana playero más. Un corto viaje cruzando media Axarquía -con improvisada alteración a medio camino-, un apresurado desembalaje de lo más imprescindible, un llegar al antiguo "Quitapenas" (que ya no es lo que fue) y unos boqueroncitos. Y unos chopitos, y una ensalada -para ellas mayormente-, y unas gambitas y unos nuevos chopitos para colmar la cosa. Todo ello con tintos de verano, cervezas varias, café, no copa, y el consabido cigarrillo de después.
Tras el yantar un regreso a la sombra hostelera, un hasta luego y, para algunos, tres horas de horizontalidad interrumpida por Carmen Sevilla y los anuncios de Movistar y sus tarifas.
Ellas, sin embargo, ansiosas del moreneo, del cotilleo y de la salinidad de la tarde, salieron disparadas, ascensor abajo, hasta la orillita del mar. También colaboraron al cese de nuestra siesta al depositar, "sigilosamente", las sombrillas, bultos y parafernalia diversa que siempre las acompaña. Y un helado... para ser escrupulosamente veraces.
Duchita reconfortante, bulla inconcreta y bajada -primera para ellos- al borde de la mar. El reclamante empezaba a estar malillo. Apenas hablaba porque las anginas atoraban su natural verborrea dialéctica. Olor a azul y dispersión controlada buscando espacio para gastar el principio de la noche. El tabaco que no falte. "Aquí cerca hay un sitio muy bueno". Un Ballantines aliñado, un Larios sin hielo... y los primeros pinchazos en la garganta.
Duro, que es más duro que un arado -inclúyanse otras similitudes además-, el turista se nos puso enfermo. Pero, lejos de rendirse atacó la avenida desafiando la brisa y la oclusión de dos anginas como pelotas de golf con una dignidad encomiable.
Aún pudo -que luego no- acompañarnos, con palmera al fondo, destellos de flash -y la luna llena riela en el horizonte y las olas lamen las manos- en una frugal cena de pescados varios que no vienen al caso.
Y además nos permitió culminar la noche con varias copas de destilados.
La luna llena se esconde tras la palmera y sólo la paciencia del fotógrafo logra sacarle una imagen caribeña al paisaje(aunque ligeramente movida).
Nos recogimos pronto. Lo gordo vino al día siguiente.
Las expectativas no contemplaban excesos destacables. Sería un fin de semana playero más. Un corto viaje cruzando media Axarquía -con improvisada alteración a medio camino-, un apresurado desembalaje de lo más imprescindible, un llegar al antiguo "Quitapenas" (que ya no es lo que fue) y unos boqueroncitos. Y unos chopitos, y una ensalada -para ellas mayormente-, y unas gambitas y unos nuevos chopitos para colmar la cosa. Todo ello con tintos de verano, cervezas varias, café, no copa, y el consabido cigarrillo de después.
Tras el yantar un regreso a la sombra hostelera, un hasta luego y, para algunos, tres horas de horizontalidad interrumpida por Carmen Sevilla y los anuncios de Movistar y sus tarifas.
Ellas, sin embargo, ansiosas del moreneo, del cotilleo y de la salinidad de la tarde, salieron disparadas, ascensor abajo, hasta la orillita del mar. También colaboraron al cese de nuestra siesta al depositar, "sigilosamente", las sombrillas, bultos y parafernalia diversa que siempre las acompaña. Y un helado... para ser escrupulosamente veraces.
Duchita reconfortante, bulla inconcreta y bajada -primera para ellos- al borde de la mar. El reclamante empezaba a estar malillo. Apenas hablaba porque las anginas atoraban su natural verborrea dialéctica. Olor a azul y dispersión controlada buscando espacio para gastar el principio de la noche. El tabaco que no falte. "Aquí cerca hay un sitio muy bueno". Un Ballantines aliñado, un Larios sin hielo... y los primeros pinchazos en la garganta.
Duro, que es más duro que un arado -inclúyanse otras similitudes además-, el turista se nos puso enfermo. Pero, lejos de rendirse atacó la avenida desafiando la brisa y la oclusión de dos anginas como pelotas de golf con una dignidad encomiable.
Aún pudo -que luego no- acompañarnos, con palmera al fondo, destellos de flash -y la luna llena riela en el horizonte y las olas lamen las manos- en una frugal cena de pescados varios que no vienen al caso.
Y además nos permitió culminar la noche con varias copas de destilados.
La luna llena se esconde tras la palmera y sólo la paciencia del fotógrafo logra sacarle una imagen caribeña al paisaje(aunque ligeramente movida).
Nos recogimos pronto. Lo gordo vino al día siguiente.